
La crisis de la forma
En una era marcada por el rápido progreso tecnológico, la globalización y los cambiantes paradigmas culturales, la arquitectura se enfrenta a un profundo desafÃo existencial: la «crisis de la forma». Este fenómeno se refiere a la creciente desconexión entre las formas arquitectónicas y su significado cultural, ambiental o humanÃstico. Una vez anclada en la narrativa, la identidad y el lugar, la arquitectura actual corre el riesgo de convertirse en un terreno fértil para geometrÃas abstractas, espectáculo comercial o arbitrariedad algorÃtmica. La crisis trasciende el ámbito de los edificios y refleja la lucha más amplia de la sociedad por reconciliar la innovación con el significado en un mundo cada vez más fragmentado.
Históricamente, las formas arquitectónicas han tenido una fuerte carga simbólica. Las catedrales góticas se elevaban hacia los cielos para evocar la trascendencia espiritual; las casas tradicionales japonesas armonizaban con la naturaleza mediante módulos de tatami y paredes corredizas. Incluso pioneros modernistas como Le Corbusier o Mies van der Rohe, aunque seguidores del minimalismo, impregnaron las formas de ideales utópicos: viviendas como "máquinas vivientes" o estructuras que encarnaban la transparencia democrática. La forma seguÃa a la función, pero también a la filosofÃa.
Hoy, sin embargo, la relación entre forma y significado se ha roto. La globalización está estandarizando los horizontes urbanos con torres de cristal y acero, y las herramientas de diseño paramétrico están permitiendo formas tan complejas que desafÃan la escala humana o la utilidad. Edificios icónicos como el Guggenheim Bilbao de Frank Gehry o las estructuras fluidas de Zaha Hadid, si bien visualmente impactantes, a menudo priorizan el espectáculo sobre el contexto, convirtiéndose en monumentos aislados en lugar de espacios comunitarios. Al mismo tiempo, la vivienda producida en masa reduce los entornos habitables a cajas estériles y con fines de lucro, erosionando la identidad regional. La crisis no es solo estética, sino existencial: ¿Qué dicen nuestras formas sobre nosotros?
Las causas de esta crisis son múltiples. El capitalismo transforma la arquitectura en un producto de consumo, reduciendo los edificios a meros instrumentos de marca para ciudades o corporaciones. El diseño digital libera la creatividad, pero corre el riesgo de desvincular la forma de la materialidad, la artesanÃa o las realidades climáticas. Las demandas de sostenibilidad, si bien urgentes, a veces imponen patrones rÃgidos (paneles solares, techos verdes) que entran en conflicto con las narrativas culturales. Incluso la planificación urbana cede ante la eficiencia algorÃtmica, optimizando las redes para el tráfico o la densidad, pero descuidando la poesÃa de la vida pública.
Más allá de la arquitectura, la «crisis de la forma» refleja cambios sociales. Las redes sociales aplanan la identidad en avatares limpios; el arte generado por IA provoca disputas sobre la autenticidad; las ciudades se expanden en megaregiones informes. Estamos rodeados de formas —fÃsicas y metafóricas— que carecen de raÃces, lo que genera un malestar colectivo.
Para superar la crisis, la arquitectura debe redescubrir su papel como mediadora entre lo tangible y lo intangible. Las formas no solo deben sorprender u optimizar, sino *resonar* con la historia, la ecologÃa y las emociones humanas. Esto requiere humildad: escuchar a las comunidades, aceptar las limitaciones y valorar la longevidad por encima de las modas. Más allá de la arquitectura, nos invita a repensar cómo todas las formas —polÃticas, digitales, sociales— pueden encarnar un propósito profundo en una era de cambio constante.
En definitiva, la crisis de la forma es un llamado a reencantar el mundo. Nos exige construir no solo estructuras, sino historias; no solo espacios, sino lugares que nos recuerden quiénes somos y qué aspiramos a ser.
Stefan Secuiu
Arquitecto